No cuestiones a los santos de la basura

Bajo el precepto de encontrar la verdad de la que tanto hablaban decidí darles el don de la duda y adentrarme en sus costumbres hasta lograr ver el mundo con sus ojos, solo así podía encontrar la felicidad de la que ellos tanto presumen– y siempre presumen – esa calma que no logro concebir. Y sin embargo estoy aquí otra vez, llorando hacia adentro, muy dentro para ver si puedo esconderlo hasta de mí.

Primero era agua la que caía, después de alguna manera, el aire fue desplazando al agua y quedé vacía…vacía pero tan pesada. Hice espacio en pro de las peticiones de mis mayores, me convencieron de que estaba equivocada, de que obedeciendo podía reparar mis tan garrafales errores cometidos hasta ahora, uno de los más grandes “ser quien era”, ser yo.

 Me convencieron de que había mejores cosas por las cuales luchar porque mi lucha era falsa, una farsa de una pequeña caprichosa que no entiende nada. Debía escuchar a los mayores porque ¡Ba! ¿Qué pude saber un niño de la vida?

Me convencieron de su religión y repetí sus mantras como se repiten las malas canciones en la radio. Parecía obvio que no debía confiar en mí, ese hecho me llevaría al inminente fracaso –soy mi propio enemigo–  repetía mi mantra. La inocencia de un niño es tan grande que puedes convencerlo hasta de que es una amenaza.

Otra vez el “tienes que ser grande para poder tomar tus propias decisiones” “cuando crezcas entenderás” yo solo escuchaba “eres un inútil” “debes ser tarado para actuar y pensar como lo haces” “todo lo que piensas, todo lo que eres y todo lo que representas es un error, mal golpe del destino”. Ahora que soy un adulto sigo siendo un error, sigo siendo la que se equivoca, la que mete la pata, la que se tira al vacío sin razón. Soy el gusano en la manzana podrida, pero curiosamente, en el marco de la manzana pudriéndose, el único dador de vida es el gusano porque se come lo que ya no sirve para reanudar el ciclo, concepto básico en la vida.

Ahora imaginemos que esta podredumbre está contenida en un jarrón – y no bajo un árbol rodeado de pasto y tierra como debía estarlo cualquier otra manzana– imaginemos que en el jarrón hay una porción del basurero, de donde todos desechan lo que no quieren y pretender que el problema se acabó. La manzana y el gusano están al lado de una pila, un pañal, bolsas de plástico, colillas de cigarro, algo que parecía alguna vez se movía y platos de unicel. El problema nace cuando la podredumbre que debe comer el gusano lo supera en cantidad, entonces el ambiente comienza a acidificarse debido al proceso de descomposición, la situación inevitablemente terminará matándolo

¿Cuál resistente debe ser este gusano para completar la penosa misión a la que se le ha encomendado? Solo tiene tres opciones: aprender a vivir de la basura, encontrar la manera de salir del jarrón o por último, volverse parte de la mierda para esconder su situación hasta de si mismo.  También pudo haber elegido ser parte de la basura desde el principio, rendirse al primer respiro de vida, porque a decir verdad respirar vida raspa muy dentro, pero era requisito ineludible y además ahí había manzanas.